
Anuncian obras para controlar el río PilcomayoHasta el momento hay unas 10 mil personas afectadas por la crecida. Siguen los vuelos con ayuda humanitaria y se llevaron hacia la zona unas 25 toneladas de alimentos.
El TribunoHace apenas unas horas que paró de llover, pero eso es apenas un alivio. En el horizonte, el cielo anticipa que el mal tiempo volverá sin dar lugar a tantas plegarias.Son las 7 de la mañana en Santa Victoria Este, un pueblo ubicado a 180 kilómetros al Este de Tartagal, cerca del río Pilcomayo que, embravecido como pocas veces, sigue embistiendo el ánimo de los pobladores en uno de los sectores geográficamente más deprimidos del Chaco salteño.Casi 10 días han pasado desde que el cauce comenzó a desbordar implacable. Don Olegario rejunta unas leñas de algarrobo que se salvaron de la humedad y el fuego vuelve a arder, al igual que la esperanza de esta gente.El primer sorbo del mate amargo es como una bendición. Don Olegario levanta la mirada y murmura: "Parece que el agua va a seguir" y es como si esa frase fuera el prólogo de una historia que se escribe todos los días desde hace una semana, desde el comienzo hasta el final de cada jornada. Son las 7 de la mañana en Santa Victoria Este, un pueblo deprimido en el Chaco Salteño, donde nadie descansa porque tienen "el agua a la vuelta". El desvelo y el cansancio duelen en los brazos y en las piernas, pero también en el alma.El balance que se hace en el lugar es positivo según las autoridades. La situación está controlada desde el punto de vista de la ayuda humanitaria y la asistencia médica, pero nada es previsible. "Con el Pilcomayo nunca se sabe" es la frase de los lugareños para esta época del año.En el plano de las prioridades, la ayuda de la provincia y la Nación se focaliza en el mismos municipio de Santa Victoria, lugar donde pueden aterrizar las naves que, casi en forma incesante, llevan toda la ayuda que se pueda, sin descuidar la necesidad de traslado de pobladores que requieren asistencia sanitaria en Tartagal.Desde ese lugar se provee a las 29 áreas operativas de la región, integradas por varias decenas de misiones y parajes, donde criollos y aborígenes desarrollan sus actividades, basadas en la ganadería, la pesca y el comercio, que muchas veces toma la forma de trueque.La buena noticia es que el río, en el alto cauce en Bolivia, ya está en bajante, pero aguas abajo, los parajes aislados tardarán varios días más en recuperar su rutina. Es que cuando la inundación se va, queda el barro que anega y que aisla.La asistencia parte primeramente desde el aeropuerto de Mosconi, donde hay varios camiones con alimentos, agua, ropa, plásticos y frazadas a la espera de ser distribuidos según el cronograma de operativos que se traza minuto a minuto, de acuerdo a lo que dicta el tiempo.De Norte a Sur, los parajes más afectados son La Puntana grande y chica, Hito 1, Monte Carmelo, el Barrial, Misión La Paz, Padre Coll, Santa María, San Luis, la Esperanza y Aguas Verdes entre otros lugares.Allí, la ayuda va llegando por vía aérea a través del helicóptero Bell-412 y también por vía terrestre mediante tractores y acoplados que desafían los terrenos inundados para llegar con la ayuda.Desde que comenzó el puente aéreo, el miércoles de la semana pasada, se llevan transportados 2500 bolsones con comida, algo así como 25 toneladas de alimentos no perecederos, lo que hasta ayer -siempre según las autoridades- llegó a cubrir el 90 por ciento de la población afectada. Se calcula que son cerca de 10 mil las personas que viven en esta región.Mientras tanto, otras 70 toneladas llegan desde la Nación en un contingente de camiones que de a poco descargan la ayuda en el improvisado depósito del hangar en el aeropuerto de Mosconi.Ayer llegó al lugar el vicepresidente de la Nación, Julio Cobos acompañado por una pequeña comitiva de funcionarios nacionales que junto al gobernador Juan Manuel Urtubey y el vice Andrés Zottos, dedicaron media tarde a recorrer los parajes ubicados al Norte de Santa Victoria. Al cierre de la jornada, los funcionarios llegaron por unos minutos a Mosconi, donde dieron a conocer cifras oficiales sobre la ayuda y los proyectos inmediatos y en el mediano plazo, para paliar la situación que se repite año tras año.En este orden figura la pavimentación de la primera parte de la ruta 86 y la construcción del puente sobre el río Caraparí, a la altura de Tonono para evitar que las poblaciones sigan aisladas como consecuencia de las inundaciones y de las lluvias.Cuando las aguas bajen, se priorizará la construcción de defensas en los puntos más críticos del margen Oeste del Pilcomayo, para luego llevar un análisis de la situación al plano de la política internacional, en una reunión de funcionarios de la comisión tripartita que integran nuestro país, Paraguay y Bolivia, prevista para la primera quincena de febrero.Mientras tanto, la gente del lugar confía en que las aguas vuelvan a su cauce en lo inmediato, alentada por la mejora en el clima, pero algo les dice que las lluvias de febrero serán las complicadas y para eso se preparan.Paradojas de la naturalezay de las conductas humanasEl Pilcomayo envuelve a su gente en una paradoja existencial: hoy el río afecta a miles de personas con las inundaciones, pero los pobladores saben que en un par de meses la sequía comenzará a agobiarlos hasta el límite. Dentro de poco, la falta de agua se cobrará vidas de animales, plantas y hasta de seres humanos.Parte del alto cauce del Pilcomayo es compartido y sirve de límite incluso entre Argentina, Bolivia y Paraguay. Pero es a la altura de este último país donde el río y su geografía adquieren una caprichosa y leve pendiente hacia el territorio argentino, de modo que, con cada crecida, las poblaciones del territorio nacional son las más afectadas. Extrañamente estas poblaciones son las que están más cerca del cauce. En efecto hay asentamientos humanos en Argentina -misiones aborígenes en su mayoría- que están a 100 metros del río, mientras que del lado paraguayo, las comunidades mas próximas al Pilcomayo están ubicadas a 8 kilómetros de la costa.Dicen los lugareños que las inundaciones se vienen complicando desde hace algunos años. "Antes el agua no pechaba tanto" comenta David Pastor, un cacique de Pozo del Toro, cerca de Santa Victoria. El, con su conocimiento empírico y la intuición que alimenta su propio entorno, sabe que algo está cambiando."Es como que el río se hizo mas planito y el agua se desparrama más lejos cada vez. Llega más barro de arriba y el agua se estanca en toda esta parte" asegura.La observación de Pastor es rigurosamente certera y lleva consigo un fuerte fundamento científico: el Pilcomayo se transformó en uno de los afluentes que aporta más sedimentos a la alta cuenca del sistema del Plata. De continuar este panorama , es indudable que el problema persistirá frente cualquier solución provisoria.Hay quienes aseguran que en 10 años el Pilcomayo tendrá sus costas mas allá de los márgenes imaginables. Se llegó a hablar en algún momento de un proceso de evacuación en masa, comenzando con un incentivo para que la gente busque lugares próximos y en un terreno más elevado, pero muy pocos están dispuestos a embarcarse en ese proyecto.Muchos piden, en cambio, un pozo de agua con una pequeña planta potabilizadora y una usina para la generación permanente de electricidad (hoy se abastecen con pequeños grupos electrógenos). "Así la vida sería más fácil y podríamos hacer frente a las inundaciones" aseguran.De tigres, tábanos y víborasDon Juan Vidal Palavecino (52) es parte del río y como éste, también "desborda", pero de orgullo. Es un agente sanitario y conoce cada paraje, cada senda. 30 años en esa tarea le dejaron una experiencia invaluable.A lomo de mula, en bicicleta o en ambulancia, Juan Palavecino recorrió por décadas los kilómetros de monte tupido que separan cada uno de los lugares. Sabe de las necesidades de la gente y de los cambios que fue imponiendo la naturaleza a lo largo del tiempo. "A veces hay que cruzar a nado los madrejones y todos los papeles (registros sanitarios de la población) van en un plástico y en la mochila, el agua no entra ni aunque me tape" afirma sonriente cuando recuerda las pericias de la diaria tarea.Y las anécdotas llegan una tras otra, teniendo al hombre y su entorno como protagonistas. "Una vuelta hacía mucho calor y andaba en la bici por una senda. Empecé a ver la huella del tigre -el casi extinto yaguarté- y me dio miedo de pensar que el animal ande ´cebao´ y me quiera comer, pero lo mismo seguí andando. Al rato, como hacía mucho calor, me paré a tomar un poco de agua y fue una cosa impresionante la nube negra que se me vino encima. Empecé a sentir como los tábanos me picaban por encima de la ropa. Salí disparando. Esa vuelta le tuve más miedo a los insectos que al tigre". La risa es inevitable, tanto como disfrutar plenamente de la charla.El anillo salvadorTodos en Santa Victoria coinciden en que fue una buena idea rodear al pueblo de un montículo de tierra de unos 2 metros de alto, para evitar que el Pilcomayo se lleve gente y casas. Recuerdan que en el 97, 99 y en 2007 fueron las crecidas más bravas. "Alguien tuvo la buena idea y al principio la gente decía que eso no lo iba a frenar al río, pero la verdad es que dio resultado" afirma Javier, un joven empresario del lugar.El anillo, como le dicen, es una especie de fortaleza que impide que la crecida ingrese al pueblo. Año a año, debe ser reforzado con más tierra. En esta oportunidad el agua llegó a un metro y medio de la barrera, pero en la inundación del año pasado, estuvo a punto de filtrarse, lo cual habría significado un gravísimo problema para los 3000 habitantes del pueblo. "El año pasado, hasta las víboras buscaban un lugar seco. Llegaban con la corriente hasta el borde del anillo y entraban al pueblo. Había víboras hasta en la plaza" sostiene Javier, mientras acomoda el acullico.En números 10 mil pobladores afectados aproximadamente. No hay evacuados por las inundaciones, aunque se mantienen las evacuaciones sanitarias por asistencia médica17 kilómetros. El Pilcomayo avanzó desde su cauce normal varios kilómetros sobre territorio provincial, anegando a todas las poblaciones ubicadas en las proximidades de la rivera.70 mil toneladas de ayuda está enviando la Nación. Se cuentan alimentos frazadas colchones, plásticos y ropa.2.500 bolsones son los que se repartieron hasta el momento. La ayuda llega a la gente en módulos que contienen varios alimentos no perecederos.9,2 kg. Es el peso de cada bolsón alimentario. Contiene yerba, azúcar, aceite, leche, alimentos enlatados, harina, lenteja, sémola y arrozSe utiliza el helicóptero Bell- 412 de la provincia al igual que el avión Arava.El Ejercito Argentino aportó dos helicópteros para la tarea de distribución de ayuda.Dos camiones Unimog en las tareas de logística en el hangar del aeropuerto de Moscóni. Ambulancias y camionetas de la policía y el sistema 911.Unos 130 evacuados enTucumán por el río Salí"El agua puede estar por toda la casa y llegándonos a las rodillas, pero si alguien no se queda a cuidarla nos pueden robar las tres gallinas y el chancho que tenemos. Por eso yo estoy acá, sola, y mi marido se quedó a vigilar. Dios quiera que esté bien, que el río no haya avanzado más". La mujer que dijo este testimonio, Isolina Décima, de 47 años, estaba sentada ayer en el centro de evacuados que funcionó en el Palacio de los Deportes, en el Parque 9 de Julio. Y temía que algo le pase a su marido. El mismo miedo tenían las demás que esperaban que baje el agua para volver a casa. En este centro de evacuados había 130 personas: 90 niños y 40 adultos. Sólo uno de los mayores era varón: un anciano. El resto eran mujeres de 20 a 60 años que habían dejado sus casas ubicadas en los asentamientos de las orillas del Río Salí; los barrios Costanera Norte y Barrancas del Salí. Gendarmería Nacional y Defensa Civil habían comenzado los operativos de evacuación en estos lugares a las 5 de ayer. Llovía con intensidad y el río podía desbarrancarse. "Yo no queria dejar sólo a mi marido. Pero me obligó a venir. Me dijo que el tenía que cuidar las chapas. Porque tenemos el techo de chapa y nos las pueden robar o se pueden volar", dijo Reyna del Carmen Zaffe, de 45 años, desempleada y mujer Jorge Núñez, cartonero. Al lado de la mujer, estaba su hermana, María Cristina, casada con Adrián Vera, también cartonero, como la mayoría de los hombres que viven en esos barrios. "Mire: si yo pierdo una colcha, pierdo mucho de lo que tengo. Por eso él tuvo que quedarse aunque yo tenga miedo porque el río se lo puede llevar". Su temor tiene fundamentos. La policía detuvo el sábado a un hombre que había intentado robar a las precarias viviendas en la zona del hipódromo. El regresoLas mujeres evacuadas permanecieron el día entero en el complejo y a la tarde, luego de merendar, volvieron a sus casas juntos a sus hijos. El río no había crecido. Se encontraron con sus maridos.